Resumen:
La educación hoy parece alejarse cada vez más de su propósito de potenciar las capacidades de las personas. En lugar de ayudar a que cada quien florezca, se ha enfocado en igualar, en estandarizar. Eso nos ha llevado a programas uniformes, exámenes comunes, grados definidos por edad. No es algo nuevo. Esta lógica de estandarización tiene raíces profundas, viene de los siglos XVIII y XIX.
Fue en ese entonces que la educación tomó la forma que todavía persiste. Aulas ordenadas, contenidos iguales para todos, horarios rígidos y, como todos sabemos, exámenes. En ese momento histórico, tanto el Estado como la industria vieron en la educación una herramienta poderosa, no sólo para instruir, sino también para decidir por sobre lo que las personas aprendían. Formar ciudadanos útiles, trabajadores obedientes, mentes alineadas con un "proyecto nacional". Así se dejó atrás el aprendizaje lento y personalizado del taller, el aprendizaje artesanal. La educación se transformó en una fábrica de seres humanos funcionales, y lo autónomo y creativo se borró.
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